Imagen de uno de los tantos desalojos de viviendas ocurridos en el Distrito de Aguablanca de Cali. |
El martillo que destruye los sueños
Por José Reinelio
Sepúlveda Meek (*)
El
panorama de la vivienda de interés social en Cali resultaría de mayor atención
si el Gobierno Municipal consultara a la Rama Judicial sobre los procesos
ejecutivos hipotecarios fallados y en trámite, promovidos desde el año 1995
hasta la fecha por el sector bancario de la ciudad, contra propietarios morosos.
Se darían cuenta de la magnitud de la situación frustrante que hoy padecen
familias caleñas de estratos 0, 1, 2 y 3 de haber perdido sus viviendas
mediante la modalidad del martillo de remate, en cumplimiento de una orden
judicial, a causa de la mora de cuotas atrasadas del crédito hipotecario
otorgado por la entidad financiera.
En
términos coloquiales, el sector bancario a cuenta de la administración de
justicia logró recuperar legalmente su dinero y por supuesto su inversión. Pero
es un secreto a vox pópuli que adjunto a la acción judicial durante el trámite
de las pujas del remate del inmueble, se colgaron también los subsidios de vivienda que en su momento
otorgó el Estado, las cuotas iniciales pagadas al crédito hipotecario, las
mejoras construidas al inmueble con recursos de anticipos de cesantías o
préstamos gota a gota, las prestaciones sociales invertidas, las cuotas
canceladas durante la hipoteca, el patrimonio de familia constituido y lo
peor la desocupación forzada del inmueble por parte de niños, adultos en edad avanzada, padres, madres, perros y gatos
todo en cumplimiento de la orden judicial del desalojo mediante la acción
violenta de la fuerza pública policial,
inspectores, jueces, auxiliares de la justicia y hasta cerrajeros.
Según
información del Gobierno Nacional en las dos últimas décadas se aprobaron,
autorizaron y entregaron más de 620 mil
millones de pesos en subsidios de vivienda de interés social de los cuales un
porcentaje importante de esos subsidios seguramente retornaron a las arcas del
sector financiero a costa de las acciones judiciales adelantadas. Muchas
viviendas no tuvieron fin al remate judicial dado que fueron entregadas en dación en pago por los deudores hipotecarios, pero si dieron su
destino final a publicitadas bodegas inmobiliarias que las entidades
bancarias con acompañamiento del Estado promocionaron a lo largo y ancho del
país para su venta en subasta pública obteniendo jugosas ganancias, sin subsidio y a intereses del mercado
hipotecario. En palabras sueltas, los deudores hipotecarios de interés social
quienes habían perdido sus viviendas son ahora propietarios de vivienda usadas ya con la modalidad de créditos
hipotecarios a tasas desproporcionadas a los ingresos familiares de estratos 2
y 3.
El
mercado rentable de los activos inmobiliarios de interés social no solamente
fue ganancioso para la banca, la pirinola de todos ganan también apuntó a
entidades financieras particulares “agiotista” que con préstamos en intereses
abusivos aprovechándose de las necesidades de los decapitados deudores
hipotecarios e hicieron su agosto amasando grandes capitales inmobiliarios en
asocio de inversionistas y funcionarios públicos tramposos que capeando en la
puja del remate en el propio recinto judicial fantasearon su negocio redondo a
cuesta de la impotencia de familias colombianas en condiciones de iliquidez,
pobreza, exclusión, marginalidad y completamente desprotegidas del Estado.
Resulta ser un reto trascendental para los organismos de control y vigilancia,
además de oportuno señalarlo a la defensoría del pueblo, la procuraduría,
contraloría y la personería municipal de
Cali principalmente, que más allá del Twitter
y Facebook, para que las soluciones a los problemas de la sociedad caleña pasen
de las realidades virtuales a las realidades humanas, que sus funciones constitucionales y legales los obliga a
protagonizarlas en los estrados judiciales y no en las redes sociales. Las
heridas sociales que padecen los damnificados de los créditos bancarios
hipotecarios para vivienda de interés social están abiertas, duelen y son
reales.
(*) Director de la Fundación
Ciudad Visible.
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