Aspecto de la carretera a Buenaventrua, cuya ampliación parece una obra interminable. (Foto: Rubén Darío Taborda). |
El tapón del pacífico
Por Rubén Darío Taborda
(*)
La
primera semana de octubre del año pasado viajé a San Cipriano, una reserva
natural que se encuentra antes de llegar a Buenaventura. En el bus que me
llevaría a ese escenario ecológico se me presentó la oportunidad de observar las obras en el corredor Buga-Buenaventura, donde
participan entidades como la Agencia Nacional de Infraestructura, ANI.
El
viajero de mochila puede quedar gratamente impresionado con túneles que son
como cilindros de cemento que atraviesan
pequeñas colinas rocosas, cuentan con doble calzada y con buena iluminación. Las personas que han tenido la
oportunidad de viajar a ese Pacífico del
comercio, de la comida de mar y del menospreciado turismo nacional se topan con
viaductos que intentan superar la naturaleza agreste que pasó de agache en la
clase de geografía que dan en el colegio.
Pero
las obras correspondientes a la doble calzada Bugá-Buenaventura pareciera que
no han contado con la bendición del
Señor de los Milagros de Buga, pues hasta al más desprevenido observador le llama la atención que
esta mega obra nacional tenga aún viaductos incompletos, tramos sin pavimentar,
túneles sin habilitar y cortinas de hierro al aire libre que parecen hechas a la velocidad una obra pública en Bogotá.
Los
118 kilómetros de esta vía que permitirá
movilizar a la industria y el comercio de ciudades como Medellín,
Bogotá y Cali parece volverse un proyecto que se dilata en el tiempo, pues
cerca del corregimiento de Loboguerrero cuenta con un tramo de 17 kilómetros al
que hay que hacerle cortes de montaña, como el que se encuentra entre el municipio de Vijes y Darién, en el Valle
del Cauca, para agilizar la movilidad de los camiones que transiten en esta zona del occidente colombiano.
Resulta
mejor echar mano del río Guapi, en el departamento del Cauca; del río Dagua, en
el Valle del Cauca, o del Atrato, en el Chocó, para sacar la diversidad de productos perecederos y fabricados que se
producen en Colombia, tal como lo hacen las comunidades que cultivan chontaduro, según una canción del grupo de salsa Son de Azuca:
“Bajando de río Guapi, voy rumbo hacia Timbiquí a vender mi chontaduro para
poder subsistir”
Mientras
tanto, en el puerto del Pacífico se piensa cómo evacuar de las bodegas de
Buenaventura lo que se importa de Asia y de otros rincones del planeta, pues
los conductores de los tractores pueden movilizarse sólo los domingos, lunes y
martes de 7:00 a.m. a 8:00 p.m. y miércoles, jueves y viernes de 11:00 a.m. a
8:00 p.m.
Para colmo de males, esa vía cuenta
con tramos inconclusos que hacen ver
a Colombia cómo un rincón del mundo que
apenas abre las puertas a la globalización, porque contamos con un puerto que
nos ofrece intercambio comercial con socios
importantes al otro lado del Pacífico, pero una autopista en obra negra.
Así, el corredor entre La Ciudad Señora y el principal puerto sobre el Pacífico
parece un cuello de botella para este bello
país.
(*) Periodista
independiente
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