El contrabando multimillonario de combustible hecho por bandas criminales, es una de las aristas de la crisis en la frontera. |
Análisis. Los
pueblos de la frontera, abandonados por el Estado colombiano
La trampa del odio
fratricida
Por Luis Alfonso Mena S. (*)
El sensacionalismo de los medios de comunicación colombianos,
que solo miran un lado de la realidad, desconoce el contexto de los hechos en
la frontera colombo-venezolana y contribuye a la desinformación y a exacerbar
los odios fratricidas.
Pronto ellos se olvidarán de los connacionales que padecen
las consecuencias del abandono del Estado en la zona limítrofe y continuarán
silenciando los miles de desalojos y destierros internos de los compatriotas, a
quienes los pulpos financieros nacionales, con la anuencia del Gobierno y de
las entidades judiciales, les arrebatan sus viviendas en el Valle del Cauca o
en la Costa Atlántica, en los Llanos Orientales o en Bogotá, y frente a los
cuales los medios de las élites callan cómplices.
El fenómeno en la frontera es complejo y tiene
múltiples aristas, entre ellas el contrabando multimillonario de combustible y de productos
de la canasta básica desde Venezuela hacia Colombia, que genera
desabastecimiento en el hermano país; la especulación de las casas de cambio con
los precios del bolívar, legalizada por el sistema financiero colombiano, y un
desempleo pavoroso que fomenta el rebusque ilegal y caótico.
Son factores que han contribuido al enriquecimiento de
mafias de acaparadores y especuladores a lado y lado de la frontera, en el
marco de una guerra económica de largo aliento, en la que están comprometidas
las derechas de los dos países, y se orienta a desestabilizar el gobierno
constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, con el apoyo de bandas paramilitares colombianas.
Hoy no pocos claman guerra, como lo hacen en el plano
interno, aupados por las oleadas incendiarias de los medios masivos, sumergidos
en el desenfreno de los odios y los prejuicios ideologizados de la ultraderecha
encabezada por el expresidente Álvaro Uribe y el procurador Alejandro Ordóñez,
quienes corrieron a la frontera a aprovecharse de manera oportunista del
sufrimiento de los desarraigados, con el único fin de sacarle ganancias
políticas.
Y muchos, lamentablemente, caen en la trampa, porque
las voces insensatas propaladas desde los micrófonos pueden más que el análisis
coherente y sereno, olvidan que la vida de las sociedades tiene multiplicidad
de ángulos y que la realidad nunca será en blanco y negro.
Pero, sobre todo, no tienen en cuenta que colombianos
y venezolanos somos hermanos y que se requieren soluciones dialogadas. Y, en el
caso local, urgen cambios de fondo, estructurales en la economía de la zona
limítrofe, hoy en manos del desempleo, las mafias del comercio ilegal y del
contrabando, mezcladas con bandas criminales.
(*) Editor de
PARÉNTESIS.
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