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lunes, 24 de febrero de 2014

Opinión. La imagen como anatema para exorcizar la desconfianza




Erosión democrática

El reciente informe de Oxfam corrobora que el Estado, en países como el nuestro, ha sido “secuestrado” por los dueños de la riqueza,  y por tanto propietarios hegemónicos de las políticas

Por Carlos Victoria (*)
Elecciones no son sinónimo de democracia. En Colombia, especialmente, es el país donde más se llevan a cabo estas, incluidas las miles de reinas, virreinas y princesas que mes tras mes se coronan por doquier. Algo va de la reina de la coca a la virreina miss tanga.  ¿Correlato de las viejas monarquías? A lo sumo, los rezagos de la Colonia perduran en medio de tanto cacique, gamonal y mandamás.

La nuestra es una democracia simulada, demacrada y por tanto cosmética. Se impone la teatrocracia, como sostiene la historiadora Sonia Jaimes. Un remedo de lo que debe ser una democracia al alcance de los ciudadanos, y no propiamente al alcance de los bolsillos de quienes se benefician de ella. Por eso, elegir y ser elegido, como signo del invento político, es una partitura que tiene más bemoles que un agujero negro.


Ante la crisis de identidad y apego por la representación política, se apela a la imagen como anatema para exorcizar la desconfianza e indiferencia reinante entre el ciudadano promedio. Candidatos y candidatas se ofrecen como mercancía junto a marcas de cerveza, vehículos y desodorantes. Como si la borrachera, la velocidad y el olor, fueran capaces de atraer votantes incautos. La seducción abarata costos.

La simulación implícita en el marketing político es la aporía con la que el modelo de representación pretende gestionar su propia crisis de credibilidad. La ciudad ha vuelto a ser inundada por mensajes en vallas y afiches en las que la oferta electoral busca posicionarse tras una cada vez mayor ola de desconfianza, escepticismo e indiferencia que erosiona irreversiblemente las instituciones.  

Hay que simular la democracia a través de elecciones cuando en realidad los ciudadanos estamos cada vez más lejanos de tomar partido en las decisiones que nos afectan. El reciente informe de Oxfam corrobora que el Estado, en países como el nuestro, ha sido “secuestrado” por los dueños de la riqueza,  y por tanto propietarios hegemónicos de las políticas. Es en estas esferas del poder donde el ciudadano es reemplazado. Es victimizado, a través de partidos y candidatos –además – que así lo consienten.

Entre promesa, esperanza y desencanto  se teje un odio más sórdido hacia la democracia representativa, tal como sostiene Rosanvallon (2011), para quien la soberanía popular, viejo eco de la revolución francesa, ha quedado reducida a la hegemonía de los poderes fácticos frente a los contrapoderes informales que de vez en cuando se hacen sentir a través de la protesta social. Entretanto, desconfianza democrática como estructural se consolidan. Este es el vivero de la indignación que jamás el marketing podrá espantar. 

(*) Catedrático universitario, periodista.

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