Descifrando las huellas de
Luis Alfonso Mena Sepúlveda
Por Luis Carlos Domínguez Prada
Del
periodismo y de los periodistas se hacen demasiados panegíricos. Hay que decir
que quien esto escribe tiene opinión distinta de ese oficio y de sus
oficiantes. Y no puede ser de otra manera: primero, porque esas loas las hacen
los mismos periodistas y eso se nos antoja no un tanto sino un mucho impúdico.
Y segundo, lo principal, porque lo que vemos que nos traen los medios nos
descorazona grandemente. ¿Por qué? Para no entrar en la fatiga de una prolija
respuesta, traigamos en auxilio la breve pero magnífica
-¡espléndida!- razón del sacrificado Malcom X: “Si no estáis prevenido ante los
medios de comunicación, te harán odiar al oprimido y amar al opresor”.
Suficiente.
Y dicho
lo anterior, cerremos este penoso introito, valiente forma de iniciar una
esquela en homenaje a un periodista.
Descifrando
Huellas es el sugerente título del volumen en el que Luis Alfonso Mena recoge
31 años de labor en los medios masivos de comunicación. Aunque bien aclara él
mismo no son 31 sino 37, porque esa su bella historia en el arte y oficio se
inician mucho antes, en 1973 cuando apenas adolescente acompañaba la aventura
reglamentaria de aquél a quien la vida tenga reservado algún
desempeño intelectual o político: la edición de una gacetilla colegial.
Que también reglamentaria y muy originalmente se había de llamar “Voz
Estudiantil”, faena de Luis Alfonso y sus compañeros por los pasillos y
escaleras crujientes del Instituto Técnico Simón Rodríguez de Cali,
casona investida santuario por la noche en la que pernoctó allí el
padre Libertador.
Pero
no, no se trata – ¿otra censura de este escribano ahora no al oficio sino a la
obra que se quiere encomiar?- una más de las mucha compilaciones que más
para la vanidad del autor que por el aporte a la historiografía del periodismo,
uno de esos mamotretos por lo general lujosos pero sin alma que nadie se toma
el trabajo de leer y no trascienden la prueba de fuego, los oropeles del acto
de lanzamiento. No. Descifrando Huellas es una obra rebosante de humanismo en
cuyas páginas aletea el compromiso social del autor, su militancia contra
la mentira y la opresión. Valga decir, es el testimonio de una vida y una pluma
al servicio de la verdad, lo cual, pese discursos y divisas, resulta insólito
en el medio.
Luis
Alfonso Mena, abogado especializado, tratadista, catedrático y en el periodismo
curtido en todas las tareas que él encierra desde corresponsal espontáneo y ad
honorem –¡a mucho honor!- de Voz Proletaria, hasta jefe de redacción entre
otros de El País de Cali, y director de su propio medio virtual, tiene
abolengos que a no muchos periodistas orlan: conserva el aroma del esténcil y
del mimeógrafo y aún quedan rastros de tinta en su delantal; amén de que él sí
conoció el olor del plomo. Pero no se me malinterprete ni se lo juzgue mal que
el hombre no viene de esas contiendas; sólo que es veterano también del
linotipo y del armado de las letras en ese metal además de devaluado, de tan
tristes reminiscencias. Después pasó al offset, al internet y a la
sofisticación del periodismo satelital como corresponsal de Telesur en
Colombia.
Por lo
demás, mucho habría que decir del contenido de Descifrando Huellas. Son ciento
veinte textos que recogen el amplio universo de lo que es y comprende el
ejercicio periodístico: las columnas de opinión y los editoriales, las crónicas
y los reportajes, las noticias judiciales y el análisis político. Ahí están
entonces los grandes hitos de nuestra historia, tanto la pequeña, la comarcal
de su Valle y Cali queridos, como la nacional en la vastedad de sus sucesos
políticos y judiciales y sus múltiples convulsiones. Al igual que la toma del
pulso de ese paciente desahuciado que pareciera el mundo cuando nos
relata las injurias del Imperio contra la humanidad.
Nos
comparte entonces Luis Alfonso la crónica rigurosa pero dolorida de episodios
que jamás se olvidarán aunque los cubra el olvido: el horror y absurdo de la
masacre del Diners en Cali, el espanto de los niños torturados y muertos por el
monstruo de los cañaduzales, el paro cívico de 1977 en el gobierno de López
Michelsen que la historia “desdeabajo” bien sentenció con el mote
del Septiembre Negro; el oprobio de la tortura institucionalizada en el
régimen de Turbay Ayala, las leyendas de la picaresca popular y el jolgorio de
las fiestas patronales de los pueblos; el sonrojo del Establecimiento con el
proceso 8.000, los ríos que reniegan de su cauce, las conmociones sociales de
un país que se acostumbró a ellas, y las de la tierra y los volcanes que
también levantan su airado reclamo en Popayán y en Armenia.
Y están
ahí también porque este bello texto compendia las impresiones del autor
sobre la vida que pasa –ancha, universal y múltiple- y la vida lo es
todo, el homenaje al amigo muerto y la “Sinfonía a la honradez”, justa licencia
que el autor se toma para honrar a su padre Don Luis Alfonso Mena S. que ¿qué
otra cosa podía haber sido siendo padre de tal hijo, sino idealista, músico,
musicólogo y pedagogo de ese arte al que tanta devoción tenía, que pudiéndolo
hacer a los 58 años sólo aceptó pensionarse a los 78?
Saludamos
las Huellas de Luis Alfonso Mena, testimonio de una vida de la cual puede el
autor decir orgulloso con Nocolai Ostrovoski: “….que los años vividos no le
pesen;… y muriendo pueda decir he consagrado mi vida y mis fuerzas a la causa
más noble en el mundo a la lucha por la liberación de la humanidad. Desde su
trinchera de papel que fue la que le correspondió, así éste sea hoy una
cometa que navega en el ciberespacio.
Texto
publicado el martes 29 de octubre de 2013 en la página web del Partido
Comunista Colombiano (www.pacocol.org)
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