 |
La oligarquía obra con odio y les cobra a Lula da Silva y a Dilma Rousseff que hayan intentado hacer cambios de fondo en favor de los más pobres en Brasil. (Foto: blogs.elpais.com). |
HABLEMOS DEL GOLPE, HIJO
MÍO
Todavía los senadores están votando y ya anocheció. Dilma
comenzará a dejar la Presidencia en unas pocas horas. La sesión no acabó, pero
yo tengo unas ganas inmensas de volver a recorrer con mis lágrimas y con mi
bandera roja aquella arena blanca y aquel cielo milagroso que nos acarició cuando
a ti todo eso te parecía quizás simplemente mágico. Vení, vayamos juntos otra
vez. No prometo ahora cargarte sobre mis hombros. Pero si te prometo, hijo
querido, estar a tu lado, aprendiendo de nuevo a luchar, aprendiendo de nuevo a
soñar.
Por Pablo Gentil (*)
Son las cuatro y
media de la madrugada. Me despierto ansioso, angustiado y con una profunda
sensación de impotencia. Tengo ganas de salir corriendo, de gritar por la
ventana, de acurrucarme en un rincón, de hacerme invisible, de ponerme a llorar.
En casa, por ahora, todos duermen. He dado vueltas y más vueltas. La cama,
estos días, me ha parecido una montaña rusa, más bien un abismo, el borde
afilado de un acantilado infinito. Y yo estoy del lado del vacío, queriendo
llegar a tierra firme, allí, a pocos centímetros, inalcanzable. Sé que si miro
hacia abajo, caeré. Mejor, ignorar que mis pies descansan en un inmenso
precipicio. Pienso en vos, hijito querido. Pienso en tantos compañeros y
compañeras, amigos entrañables de estos 25 años que llevo en Brasil. Pienso que
no puedo, que no podemos iniciar este día de la infamia, de la ignominia y de
la vergüenza mostrando desazón o desconcierto. Pienso que no puedo, sé que no
quiero, que este sea el primer día de nuestra derrota, sino el primero de nuestra
próxima victoria.