40º aniversario de la
Revolución de los Claveles: nostalgia y resignación
La revolución liberó los presos
políticos de las cárceles, puso fin al Estado represor y proclamó el cese de la
guerra colonial en Angola, Mozambique y Guinea Bissau que abre el camino
a los procesos de independencia en África. Hoy lamentablemente no hay nada que
celebrar. Las perspectivas del país no pueden ser peores. El gobierno de
coalición conservador PSD-CDS ha
destruido el Estado Social, la Constitución y la herencia ideológica que sobrevivía
de los militares revolucionarios.
Por Carlos Urabá (*)
A las O: 20 horas del día 25 de abril de 1974 en la programación de Radio
Renascença inesperadamente se escuchó la canción Grándola,
Vila Morena del autor José Afonso (una pieza clásica
del folclor del Alentejo que hace referencia la fraternidad
entre los campesinos) que estaba censurada por la dictadura por sus alegorías
al comunismo. Esta era la señal esperada por los integrantes del Movimiento
de las Fuerzas Armadas (MFA) para iniciar el levantamiento en las
diferentes cuarteles del país. Una facción de militares de mando medio cansados
del terrible desgaste de las guerras coloniales de Mozambique, Guinea-Bissau y
Angola y la ruina económica que esto generaba decidieron amotinarse contra la
dictadura salazarista.
Entre los que luego serían conocidos como los “capitanes de
abril” se destacaban Otelo Saravia de Carvalho, Vasco
Lourenço, Salgueiro Maia, Vasco Goncalves. En tan sólo unas horas el Estado
Novo (1926-1974), la dictadura más antigua del continente, se
derrumba. Los insurrectos van sumando incondicionales y se dirigen a Lisboa a
tomar los centros neurálgicos del poder.
Al amanecer los tanques de las unidades de caballería invaden la
capital en una marcha triunfal sin precedentes. Las guarniciones de la
infantería, la marina, la aviación se unen a los golpistas y la población civil
emocionada les depara una multitudinaria bienvenida. Los versos de la canción Grándola de
José Afonso cobran inesperadamente su verdadero significado: “el pueblo
es el que más ordena”.
En una de las plazoletas del centro de Lisboa una vendedora de flores
emocionada le regala un clavel rojo a un soldado en muestra de agradecimiento.
Ese gesto poético se transforma en el símbolo de la rebelión, que a partir de
entonces se conocerá como “la revolución de los claveles”. Una
revolución pacífica que renuncia a la violencia, pero que está decidida a
enterrar al fascismo. El pueblo ansioso por saciar su sed de libertad eufórico
se desborda cual río embravecido por las calles lisboetas. Los manojos de
claveles se agotan y por arte de magia la primavera florece en el cañón
de los fusiles.
Los soldados del MFA rápidamente se hacen con el control de los enclaves
estratégicos, tales como la radio, la televisión, los ministerios y el Cuartel
do Carmo donde se refugiaba el premier Marcelo Caetano. Tras
tensas negociaciones, el dictador se rinde y con todo su gabinete es conducido
hasta al aeropuerto donde aborda un avión con destino a Brasil.
Mientras tanto, la algarabía arrecia en las calles celebrando el
advenimiento de una nueva era. La revolución ha triunfado. Se liberan los
presos políticos de las cárceles, se pone fin al Estado represor y policial y
se proclama el cese de la guerra colonial en Angola, Mozambique y Guinea
Bissau que abre el camino a los procesos de independencia. Los líderes
de la asonada pretenden imponer el socialismo real donde todo el
poder recaiga sobre los trabajadores, los obreros y los campesinos. Un
movimiento romántico y utópico que quizás no estaban preparado para fraguarse.
Entre tanto, en España la dictadura franquista se muestra muy preocupada
por los terribles acontecimientos que se desarrollan en el vecino país. Uno de
sus aliados se desploma y la amenaza bolchevique que se creía
neutralizada desde la derrota de la Unidad Popular en la
guerra civil se reactiva con gran virulencia. Hay que tomar medidas urgentes
pues la conflagración puede extenderse a la España una, grande y libre, la
reserva espiritual de occidente. De inmediato el caudillo ordena militarizar la
frontera y censurar toda información que llegue a los medios sobre la crisis
portuguesa. (Sólo a través de Radio Pirenaica o la BBC de
Londres se podía obtener informaciones fidedignas) Esas imágenes de un pueblo
extasiado por el júbilo y felicidad que celebra su recién conquistada libertad
era una provocación inadmisible. Y lo peor de todo es que los militares
rebeldes simpatizaban con la Unión Soviética y pretendían instaurar una “dictadura
marxista”. Hay que reconocer que Portugal tuvo el honroso mérito de derrocar a
sus dictadores mientras que en España, por el contrario, el generalísimo Franco,
fue ungido como héroe sacrosanto y enterrado con toda la pompa en el Valle
de los Caídos.
No quedaba la menor duda que el gobierno del “estado Novo” había sido
víctima de una conspiración judeo-masónica auspiciada por
agentes infiltrados al servicio de Moscú. Inmediatamente se convocó un consejo
extraordinario de ministros presidido por el Generalísimo Franco y
el príncipe Juan Carlos para analizar tan delicada
situación. En una sala del Palacio del Pardo contemplaron
horrorizados las imágenes grabadas por el corresponsal de TVE en Lisboa. Tales
escenas donde el “populacho” celebraba la victoria presa de la histeria
colectiva les causó un profundo sentimiento de asco y de repulsa. La España del
imperio hacia Dios tenía que hacer algo para salvar a Portugal de las garras
del Marxismo. ¿Quizás ir a su rescate al grito de ¡a mí la Legión!? Según
documentos desclasificados de la CIA, el presidente Gerald
Ford y Henry Kissinger le rogaron a Franco que
facilitara la entrada en Portugal de los marines para combatir
a los comunistas. No olvidemos que Portugal había sido miembro cofundador de la OTAN y
en esa época de la guerra fría no podían darse el lujo de perder a un
incondicional aliado.
En todo caso poco a poco la tormenta fue remitiendo y pronto la reacción
se hizo con las riendas del poder desmovilizando el proceso revolucionario en
ciernes. Al año siguiente Franco murió o, mejor dicho, subió invicto a los
cielos dejando como heredero de su magnánima obra al rey don Juan
Carlos I. Pero en todo caso ya las cosas no iban a ser las mismas, el mundo
estaba cambiando a marchas forzadas y España no era una excepción. Incluso en
el seno del ejército surgió una tímida disidencia representada por la UMD (Unión
Militar Democrática) de clara inspiración en la MPD de sus
colegas portugueses. Marruecos se aprovecha de esta turbulenta coyuntura e
invade el Sahara español (al que Franco le había prometido su
autodeterminación). También los grupos de resistencia
antifascista (Grapo, Terra Lliure, Frap o ETA) no se quedan atrás y
redoblan su campaña de atentados en un intento por desestabilizar aún más al
régimen. La sociedad española, tras 40 años de dictadura, del mismo modo que en
Portugal tenía una insaciable sed de libertad. En las universidades estallan
por doquier las manifestaciones de protesta estudiantil y las huelgas convocadas
por los sindicatos se multiplicaban por todo el territorio nacional. Tales
atentados contra la ley y el orden fueron reprimidos salvajemente por la Policía
Nacional y los cuerpos de seguridad del Estado. El franquismo sabía que estaba
en sus estertores y necesitaba reconvertirse urgentemente en una monarquía
parlamentaria.
Parece mentira pero los comunistas en Portugal estuvieron a punto de
alcanzar el poder. Un hecho insólito que se frustró por culpa de las divisiones
internas de la izquierda y la falta de consenso. En el año 1975 tras la
convocatoria de elecciones constituyentes se dio paso a la socialdemocracia
burguesa que persiguió a los militares revolucionarios criminalizándolos hasta
las últimas consecuencias.
En España se aplicó con el PCE la misma fórmula, pues
no le quedó más remedio que aceptar la restauración monárquica y la tutela del
ejército franquista si quería integrarse de pleno derecho en el proceso de la
mal llamada “transición constitucional”. La propuesta del PCE de organizar una Junta
Democrática fracasó para dar paso a la Plataforma Democrática del Psoe, completamente
sumisa a los postulados de la burguesía españolista.
Al cumplirse el 40 cumpleaños de la Revolución de los Claveles
lamentablemente no hay nada que celebrar. Las perspectivas del país de cara al
futuro no pueden ser más pesimistas. El gobierno de coalición conservador PSD-CDS ha
destruido por completo el Estado Social, la constitución, el pluralismo
sindical y la herencia ideológica que aún sobrevivía de los militares
revolucionarios.
El rescate económico decretado por la troika (Unión Europea, el
FMI y el BCE) en el 2011, ha sumido a
Portugal en una profunda crisis, pues las políticas de ajuste
han traído como consecuencia un creciente desempleo, el aumento de los
impuestos y el recorte de los programas de bienestar social. Portugal
es un estado fallido, una víctima más del capitalismo depredador que va
sembrando por el mundo el hambre y la miseria. Al parecer sólo les queda la
resignación y la nostalgia.
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