La claridad de
las palabras, como la luna llena
El escritor
Ramiro Martínez acaba de lanzar su libro Poemas de Amor para la Guerra, en una
edición lograda con mucho esfuerzo personal y el concurso de ilustradores e
impresores independientes. El producto final es un libro lleno de color, de
bellas imágenes y, sobre todo, de sentidos poemas. Damos a conocer la reseña
que a manera de prólogo escribimos para el libro.
Por Luis Alfonso Mena S.
Ramiro
Martínez Gómez conjuga sus actividades de contador público con las de la poesía
con libertad plena, como es su ideario político. En este camino literario que
él titula Poemas de amor para la guerra
se la juega por la vida, aunque, en verdad, el rastro de la muerte derivada de
las vicisitudes de una sociedad violenta e inconmensurablemente injusta como la
que trasegamos siempre está latente en su poemario.
Pero
a pesar de que las letras de Ramiro traspiran dolor por los humildes y los
desposeídos, por la patria entregada y los seres humillados, irradia también
esperanza, luces, aún a partir de su propia semilla, la de su ser. “Y si mañana
no despierto, / echen a andar mis versos / por el mundo. / Déjenlos libres, /
que preñen / las neuronas de ternura”, nos dice en Mañana, uno de sus poemas.
En
su reivindicación de la utopía hay agradecimiento para aquellos que lucharon
por hacerla realidad y que ofrendaron sus vidas en la pelea por una existencia
digna en una Colombia en la que los de arriba han impuesto su hegemonía a
sangre y fuego contra quienes piensan que las desigualdades no deben ser una
condena eterna.
Así,
desfilan por el libro Bernardo Jaramillo
(“Hay un firmamento triste / que llora
en silencio / el genocidio de Bernardo”), Pardo
Leal (“Ilustre camarada / tú no has muerto, / vives en el corazón de los colombianos, / igual que
Gaitán y Camilo. / Nos enseñaste el camino de la libertad; / ahora Colombia
camina por los senderos de Bolívar, / al
rescate de la patria”) y Antequera (“Te
fuiste con la noche, / pero nos dejaste la claridad de tus palabras, / como la
luna llena”).
En
Ramiro Martínez se expresa no sólo la extraña conjunción de los números y las
letras, sino otra cualidad exótica en el mundo del capitalismo globalizado de
hoy: ser internacionalista, solidario con los hermanos sin distingos de razas
ni nacionalidades, un legado de los viejos luchadores que hoy pocos recogen y
que enaltece a quienes lo siguen levantando como portaestandarte en sus
espacios vitales.
Por eso sus poemas, breves, pero exactos
como las cifras contables que maneja al dedillo, evidencian solidaridad con los
pueblos del mundo y sus bregas, como cuando habla de la heroica Palestina (“Mi niña pobre / mi
harapienta niña / abandonada por la ONU / abandonada por el mundo. / Resiste…
resiste / resiste otros mil años…”) o de Libia
(“Mi pequeña libia. / ¿Qué será de ti? / ¿De tu libertad y tus banderas? / Y
tus niños cercenados, / y los obreros
bombardeados”).
O cuando se encuentra A Camila Vallejo, la valiente muchacha
austral que puso a tambalear el poder de los fatales herederos de Pinochet (“Adelante
va Camila como un caballo de Troya, / señalando el camino, desenmascarando a
Piñera. / Con su anatomía de Venus latina / y su madurez revolucionaria / quebrantando
el silencio, imponiendo nobleza… Adelante va Camila / trasformando a Chile, / trasformando la
historia”).
Pero,
también como los viejos luchadores de antes, Ramiro reivindica la Patria, a su Colombia, y se pregunta por
ella, extraviada en los negocios de los banqueros, escondida en las
multimillonarias ganancias oligopólicas, atrapada en los latifundios
narcoterratenientes, secuestrada por el Estado paramilitar (“¿Dónde
está mi patria? / ¿Mi patria dónde está? / ¿Dónde está mi pedazo de universo? /
¿Dónde estará mi bandera? / ¿Dónde estará su cabellera?”).
Y
como si se respondiera, en Desaparecidos habla
de los que se llevaron con la patria, de los que por buscar caminos diversos
para alcanzar una tierra justa fueron sepultados en el olvido que tanto usan
los poderosos a la hora de enmudecer la ira de los de abajo (“Estallarán un
día / los gritos amordazados / que no tuvieron digna sepultura. / Su sonrisa
dibujada en / las flores, sepultará / los traidores de la patria”).
Es
la Ausencia que no deja tranquilo al
poeta, que lo atormenta (“Escucho tu
voz como / un río que secó el verano. / Presiento la imagen del amor fusilada,
/ por la sombra de tu ausencia”).
Ausencia que deja Huellas, como llama
otro de sus poemas, en el que se cruzan sus luchas cotidianas y sus sensaciones
más profundas (“Aquí
estás con tus huellas indelebles, / atrapada en mis recuerdos. / Aquí estás cabalgando, / entre el fuego y el placer, / quemándome
la piel. / Y yo estoy aquí desgranándome
la vida, respirando tu aliento / que florece en mi memoria”).
Se trata del desasosiego por la partida del amor,
del Exilio (“Exiliada en mi
memoria, / tu imagen me suplica / que te regrese, al país / de donde nunca
partiste… / mi corazón”). Y del deseo sublime, como expresa en Emboscada (“Un día de estos / te voy a
tender una emboscada / con flores, será un asalto / con besos y balas / de
caricias”). Y de la luz que brota al final, Ahora, como dice otro de sus cantos (“Ahora,
si creo en Dios /… Ahora que tú estás aquí… / mi cielo”). Se trata, en suma, de
su propio Ser (“Déjame ser / la otra
voz, / las otras manos, / los otros labios, / que vendrán después / de mí”).
Ramiro Martínez es un hombre de Fe, en su lucha, en los caminos que
recorre, en los sentimientos que abriga, en las palabras, que son su manera de
dar la pelea por otra sociedad, por la dignidad, por la alegría de todos (“Nos
despojaron de la parcela, / nos despojaron de la vida, / nos despojaron de
nuestra libertad, / nos despojaron de nuestras banderas (políticas)... / Pero
no pudieron matar nuestra fe, / pero no pudieron matar / nuestros sueños, / pero no pudieron
despojarnos de nuestra alegría, / pero no pudieron despojarnos de nuestra
esperanza… / Y ni si quiera pudieron desviarnos / del camino de nuestra
emancipación, / porque por cada golpe, por cada muerto, salimos más convencidos
de hacer la revolución”).
Al
Final
inexorable de todos, Ramiro también le canta con la alegría y la claridad de
sus palabras, como la luna llena: “Al final quiero que me incrusten aquí, / en
la tierra que me vio crecer, / con sus ojos de alegría”.
Así es Ramiro Martínez Gómez, con el
dolor por la patria avasallada, con la ira por la humillación a los
desposeídos, pero también con la fe en el futuro distinto, con la certeza de
que el amor triunfará sobre la guerra, de la mano de la revolución social.
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