Andrés Alfonso Pachón cuando entrevistaba a Juan Carlos Guzmán Betancur. (www.pachonandres.com). |
Alias.
Su vida es real, la historia es de película
Damos a conocer
el Primer Capítulo de Alias, el nuevo libro del periodista y escritor caleño Andrés
Pachón Arbeláez, que circulará en el segundo semestre de 2014, en el que vuelve
sobre la vida de Juan Carlos Guzmán Betancur, el impostor colombiano más
buscado por la policía en el mundo, narrada en exclusiva por él mismo.
Nota del autor
El
presente libro es una narración novelada de los testimonios entregados de
manera voluntaria por su protagonista, Juan Carlos Guzmán Betancur, y como tal
corresponde a éste la responsabilidad de los eventos que se puedan derivar de
los mismos. Algunos de ellos son de difícil comprobación, por lo que se sugiere
al lector darles el beneficio de la duda.
Las
circunstancias de modo, tiempo y lugar (algunas de ellas recreadas con fines
literarios) procuran ajustarse fielmente a las situaciones descritas por la
fuente, así como a las de otras consultadas previamente por el autor para el
libro que antecede a esta historia, 'El suplantador.
La
historia real del estafador colombiano más buscado en el mundo' (Debate, 2011),
y que se extraen parcialmente en esta obra para fines de contexto.
Los
nombres de algunas personas han sido modificados para proteger su intimidad.
Introducción
“El
día más triste de mi vida”.
Juan
Carlos Guzmán Betancur recuerda:
“Era
el hotel Four Seasons de Nueva York, en una de las suites del piso cuarenta o
algo así.
Acababa
de abrir la puerta cuando me invadió esa extraña sensación de abatimiento.
Digamos
que antes la había sentido, pero no del mismo modo que esa vez. Debió ser por
aquello del año viejo. Era, precisamente, la noche del 31 de diciembre de 2003
y yo contaba con veintisiete años de edad.
“Hacía
sólo tres días había llegado de Curazao tras un viaje de crucero y estando allí
decidí irme para Nueva York y rentar esa suite en el Four Seasons. Era grande,
con sala y comedor, una habitación rematada con una cama king y un baño
precioso en mármol blanco, pero por sobre todo era minimalista de una forma
exquisita. La elegancia está en lo mínimo, no en contar con un montón de cosas,
y aquello caracterizaba a esa suite.
“Ese
31 de diciembre salí temprano del Four Seasons y caminé hacia la Quinta Avenida
en busca de los almacenes de lujo de Manhattan. Me dirigí a la tienda de Yves
Saint Laurent, la que queda entre la Quinta Avenida y Madison, en el Midtown
East, y compré únicamente ropa de color azul oscuro para ponérmela ese día. No
sé ni siquiera por qué lo hice. Luego bajé una
cuadra y media, hasta el local de Cartier, y entré allí para curiosear.
Al final terminé comprando un reloj Pasha y un anillo de oro que sólo me cupo
en el dedo meñique de la mano izquierda. Era precioso. Tenía una pantera
agazapada a la que se le apreciaba bien la cabeza. Los ojos eran unas
esmeraldas y la nariz, un ónix. Todo el animal estaba cubierto con diamantes,
no se le veía el oro por ninguna parte. Como otros tantos caprichos que me
había permitido, decidí regalármelo ese día. Pagué por él treinta mil o
cuarenta mil dólares, algo así. Luego caminé un rato más aprovechando que no
nevaba y regresé al hotel en la noche para cenar.
“Después
de aquello subí a la suite y fue entonces cuando tuve esa enfermiza sensación
de abatimiento. No soy un comprador
compulsivo, sino más bien depresivo. Haberme ido de compras todo el día sólo
reflejaba mi verdadera condición. Durante años quise olvidar mi pasado
comprándome cosas. Había logrado menguar duros recuerdos a costa de objetos,
pero sólo hasta esa noche caí en la cuenta de lo solo que me encontraba. No
tenía a nadie con quién compartir nada. Me sentía ínfimo, desolado. Las
amistades no lograban llenar ese vacío, y con mi familia había decidido romper
desde muchos años antes.
“Nikolay
(1), un amigo ruso que se encontraba
en Nueva York para visitar a su padre, me había llamado hacia las diez de la
noche para que nos encontráramos en el Marriot Marquis de Time Square. Su padre
había rentado una habitación allí con vista a la plaza y Nikolay esperaba que
celebráramos en ese lugar la despedida del año viejo. Quería que viéramos
juntos la tradicional bola de cristal descender desde lo alto del edificio One
Times Square un minuto antes de la medianoche. Le dije que no, que no me sentía
bien. A decir verdad, me sentía pésimo.
“Pedí
al cuarto una botella de champagne Cristal. Recuerdo bien que pagué dos mil
dólares por ella. Apagué las luces y me metí en la cama mientras bebía. Encendí
la televisión, pero en lugar de ver algo me quedé boca arriba, mirando al
cielorraso. Me puse a llorar. No podía dejar de llorar. Fue así durante toda la
noche. En la calle, el jolgorio por el año nuevo se vivía tanto como en las
suites vecinas. Unos chicos habían rentado tres o cuatro habitaciones y
disfrutaban de una party de lo más tremenda. Aquello era drug, sex and rock and
roll. Más temprano uno de ellos me había invitado a que me pasara por allí,
pero no andaba para fiestas. Sencillamente no andaba para nada.
“Recostado
en la cama me puse a recordar. Para entonces llevaba diez años fuera de la
casa.
Había
decidido irme y armar mi propia vida conforme con mis reglas, pero en el camino
abandoné la idea de hacerme médico y terminé convirtiéndome en ladrón. Era a
eso a lo que me dedicaba. Robaba en algunos de los hoteles más lujosos del
mundo. No a todas las personas. No a tíos pobres. Sólo a gente con plata por
pastón. La policía me acusaba de haberme hecho con al menos un millón y medio
de dólares, pero yo sabía que era mucho más.
“Algunas
personas me habían señalado de sicario y prostituto, e incluso pasé un par de
años guardado en prisión. De a poco mi nombre fue publicado por los medios. Lo
escribían de maneras distintas cada vez para referirse a mí como un truhán.
Cuando no, mencionaban alguno de mis alias. Sumaban unos diez por esa época.
Soporté vejámenes y humillaciones, golpes y acusaciones. Sin embargo, nada de
eso me había afectado tanto como la atmósfera de aquella vez en Nueva York. No
sé aún por qué, pero ese ha sido el día más triste de mi vida.
“Al
día siguiente almorcé en un restaurante belga con Nikolay y su padre, un
respetado neurocirujano de la ciudad. El señor me vio tan mal que me preguntó
qué me pasaba. Le comenté lo que me había ocurrido y entonces me dijo que sólo
debía encontrar a alguien en mi vida. Nada más que eso. Junto con Nikolay me
propuso que fuéramos a Moscú. Me dijeron que no tenía caso seguir en Nueva York
ni un minuto más. Entre ambos me convencieron y al final terminé yéndome con
ellos. Dejé la ciudad al cabo de un par de días. Era algo a lo que ya me había
acostumbrado por cuestiones de trabajo. Me resultaba emocionante ir de aquí
para allá. Al fin y al cabo, nunca sabes qué vas a encontrar ni en quién te vas
a convertir en el próximo destino”.
***
Por
cuenta de la prensa, desde el 1 de junio de 1993 el colombiano Juan Carlos
Guzmán
Betancur
había pasado de ser un muchacho humilde e impopular en Cali (2), la ciudad en la que vivía con su
familia, a convertirse en un referente para los indocumentados en Estados
Unidos
y en una celebridad en su país.
Su
caso salió a la luz pública luego de que en la madrugada de ese día fue
descubierto al parecer inconsciente y con hipotermia en el suelo de una de las
plataformas del aeropuerto de Miami, a donde llegó como polizón en el tren de
aterrizaje de un avión de carga Douglas
DC-8
de la aerolínea colombiana ARCA (3)
después de tres horas de vuelo.
En
un comienzo su situación fue comparada con la de otro polizón, Armando
Socarrás, un joven cubano que el 3 de junio de 1969 viajó de La Habana a Madrid
del mismo modo -y en el mismo tipo de avión- para huir del régimen castrista, y
de quien Juan Carlos se habría enterado de alguna manera para imitar su hazaña.
Sea como fuere, el hecho es que luego de que fue llevado al Hospital Panamericano
(4) de Miami dijo llamarse Guillermo
Rosales y contar con apenas catorce años de edad, lo que de inmediato le
granjeó el aprecio de la comunidad colombiana residente en la Florida, que lo
ensalzaba como un héroe.
Por
unos días las cosas estuvieron bien, pero luego de que se conocieron sus
mentiras las circunstancias empezaron a cambiar. Menos de un mes después de su
llegada, las autoridades consulares colombianas que atendían su caso se
enteraron de su verdadera identidad. De hecho, las averiguaciones del cuerpo
diplomático junto con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) (5) y el Departamento de Inmigración de
Estados Unidos permitieron saber que no era huérfano -como también había
asegurado- y que estaba por cumplir los diecisiete. Con la evidencia en la
mano, pronto el andamiaje del muchacho empezó a caer.
La
versión de que llegó en el tren de aterrizaje del avión fue puesta en duda por
quienes más se apersonaron de su caso. Inferían que Juan Carlos debió viajar en
la bodega del aparato con complicidad de alguna persona, y que sin dinero con
qué poderla sobornar, habría pagado el favor con servicios sexuales. Después de
eso no faltaron más rumores. Empezaron a saltar como sapos las historias de que
se dedicaba a la prostitución, de que había sido sicario en su país y de que en
Miami, luego de abandonar el hospital y ser recibido por una familia de
colombianos, habría empezado a robar objetos menores a costa de mentiras. Otros
tantos cotilleos apuntaban que Juan Carlos debió huir de Cali tras presenciar
un crimen en un autobús y que entonces recibió de alguien 150.000 pesos de la
época (unos ochenta dólares actuales) para que abandonara la ciudad.
Para
nadie había duda de que la historia de chico polizón le cambiaría la vida para
siempre, pero a la larga las cosas no resultaron como se esperaba. Al cabo de
un mes de estar en Miami fue regresado a Colombia, y menos de dos semanas
después de eso fue detenido en al aeropuerto Eldorado, de Bogotá, mientras
intentaba subirse en otro avión. Aquello no fue óbice para que en diciembre de
ese mismo año (1993) se las arreglara para volver a Estados
Unidos,
pero entonces fue deportado una vez más.
Por
un tiempo desapareció. De él sólo se supo varios años después, cuando en 2005
los titulares de prensa de Reino Unido dieron cuenta de que había huido de una
prisión cercana a Londres, luego de que se convirtió en un fino ladrón que
actuaba por su cuenta, hablaba cinco idiomas, no usaba la violencia y contaba
con al menos diez identidades.
Su
nombre fue incluido en los registros de Interpol luego de que el gobierno
francés empezó a buscarlo, y varios años después -cuando estaba preso en
Estados Unidos- lo solicitó en extradición por una serie de robos ocurridos en
París. Se trataba de dinero en efectivo, alhajas, relojes de marca y ropa de
diseñador, que junto con otros robos de los que se le responsabilizó a lo largo
de una década alcanzaban un millón y medio de dólares.
Juan
Carlos Guzmán Betancur anduvo la calle desde muy joven. Abandonó su hogar luego
de que la relación entre su madre y el padrastro que tenía por aquel entonces
se echó a perder. Fueron tiempos en los que todos los espacios de la casa
sirvieron como cuadrilátero de boxeo para resolver las diferencias. Salvo su
experiencia de vida y los estudios secundarios que validó mientras purgó
condena, su formación nunca fue mayor. Hoy en día es un hombre vanidoso. Tiene
la ciudadanía española, se jacta de contar con más dinero que un profesional
con doctorado y de tener más estilo y glamour que muchos nuevos ricos. Usa
gafas de sol Cartier y un maletín cruzado Louis Vuitton en el que carga su
portátil.
Durante
años rehusó hablar con la prensa. Rechazó correos, llamadas telefónicas y
visitas en prisión de todo aquel que estuviera relacionado con los medios, y
aunque no llegó a admitirlo, en el fondo temía que cualquier declaración
acabara por hundirlo ante la ley. Eran épocas en las que los procesos de
extradición por cuenta de un par de países parecían esperarlo a la vuelta de la
esquina por robos que aunque no fueran de su autoría parecían ser maquinados
por nadie más que él.
Para
los días finales de febrero de 2012 Juan Carlos Guzmán Betancur estaba
prácticamente limpio. Acababa de abandonar una prisión en Estados Unidos luego
de pagar una sentencia de treinta meses y algo más por robo e inmigración
ilegal. Entonces decidió viajar a Colombia para encargarse de una serie de
asuntos personales. Hacía pocos días había terminado un tratamiento de fármacos
contra la depresión que le produjo aquel encierro. Una depresión que, pese a
todo, no recordaba más que la de ese 31 de diciembre en Nueva York.
Mucho
antes de que narrara ese episodio, su vida fue siempre relatada por terceros.
Una serie de versiones que daban cuenta de un avezado estafador de quien todo
mundo se atrevía a hablar pero que a la larga nadie había llegado a conocer.
Para Juan Carlos Guzmán Betancur estaba claro que ahora, de regreso a la
libertad, era el momento de que él mismo contara su versión.
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Notas
(1) Nombre cambiado
para proteger la intimidad de la persona.
(2) Cali es la
capital del departamento del Valle del Cauca, ubicada en el suroeste de
Colombia.
(3) Varias fuentes
documentales y testimoniales, entre ellas el propio Juan Carlos Guzmán
Betancur, aseguran que el viaje como polizón ocurrió en un avión de Aerolíneas
Colombianas (ARCA), pero sitúan a esa empresa en la ciudad de Barranquilla, en
el Caribe colombiano, lo que no se corresponde con la realidad. ARCA fue
fundada por el capitán Hernando Gutiérrez en Bogotá en 1956, mientras que la única
aerolínea de carga en la zona atlántica de Colombia para la época en que
sucedieron los hechos era Líneas Aéreas del Caribe (LAC), fundada en 1974 por
el capitán Luis Carlos Donado Velilla. Según los archivos consultados, LAC se
especializó en el transporte de flores hacia Miami, pero no tenía aviones tipo
DC-8, como sí contaba con ellos ARCA, que también volaba a esa ciudad.
Actualmente conocido
como Hospital Metropolitano. Entidad estatal colombiana fundada en 1968 como
respuesta a las problemáticas que afectan a la niñez en el país.
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