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lunes, 12 de marzo de 2012

Las lecciones para el país de la crisis del 9 de marzo en Bogotá


Pe-trino. Gobernando a punta de Twitter. La caricatura de Fonce.
 Petro, equivocado de cabo a rabo

Gustavo Petro dio bandazos y finalmente terminó aprovechando los actos vandálicos de una minoría anarquista --que apareció al final de la protesta pacífica--, para darle la vuelta al problema y mostrarse como víctima, con lo cual pretendió esconder su falta de estrategias para un asunto estructural como el del Transmilenio. Y de paso, al viejo estilo de los partidos tradicionales, convirtió en delito el reclamo ciudadano.
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Por Luis Alfonso Mena S. (*)
Siguen aflorando el sectarismo y los señalamientos en relación con lo que pasa con el Transmilenio en Bogotá y lo que significó la crisis del viernes 9 de marzo, que vale la pena estudiar, porque el modelo de transporte masivo en la capital está irrigado en Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Pereira.

Lo cierto es que el alcalde Gustavo Petro se equivocó de manera rotunda al enfrentar este problema, que es estructural del sistema y eminentemente social: ¿quién puede negar el mal servicio, el alto costo y las condiciones indignas a las que somete el sistema a los usuarios?

Y contra eso se rebeló la juventud bogotana, incluidos miles de estudiantes que, probablemente, hasta habrían apoyado a Petro en su campaña y que recibieron como respuesta insultos del Alcalde, quien buscaba culpables por todas partes mientras “gobernaba” a punta de ‘trinos’.

Petro dio bandazos y finalmente terminó aprovechando los actos vandálicos de una minoría anarquista --que apareció al final de la protesta pacífica--, para darle la vuelta al problema y mostrarse como víctima.

El daño a los bienes públicos debe ser denunciado y repudiada la violencia, porque ella sólo le sirve a los enemigos de las luchas sociales, como ha quedado demostrado en este y en muchos otros casos en los que ha ocurrido lo mismo.

Pero aprovechar esos repudiables hechos para negar el derecho a la protesta pacífica, estigmatizar a quienes participan en ella y ocultar el fondo del problema es malintencionado.

La falta de capacidad para gobernar demostrada por Petro no se puede esconder endilgándole los problemas a la izquierda, al Polo Democrático, a los muchachos estudiantes de secundaria, a Raimundo y todo el mundo…

Y, menos, recurriendo al viejo método de la clase dirigente colombiana de señalar y anunciar represión, con el comandante de la Policía al lado, como hizo Petro el viernes durante una hora por el Canal Capital, y como hizo el lunes 12 de marzo Antonio Navarro por las emisoras de radio.

Es desafortunado que políticos que pasaron por la izquierda ahora estén usando los mismos procedimientos de estigmatización de la protesta pacífica, con el argumento de que “algo de culpa les cabe” a los que participaron en ésta por los actos vandálicos que hubo luego y que hemos condenado.

Las actitudes de Petro y sus seguidores le hacen mucho daño a la izquierda, y desdicen de su propia denominación de “progresistas”, corriente caracterizada, precisamente por lo contrario de lo que practica ahora Petro.

El concepto de progresista siempre ha estado ligado a los criterios de respeto a las libertades públicas, derecho a la protesta pacífica y búsqueda de estrategias para la justicia social, frente a las visiones conservadoras.

Meter en un solo saco a toda la izquierda de Bogotá por los actos de corrupción de sus antiguos aliados de la Anapo en el Polo es otro ejemplo de mala fe. Tratar de acomodar artificialmente toda protesta a una matriz, según la cual ella hace parte de un plan del cartel de la contratación, es no solo falaz sino ridículo.

Lo que tiene que hacer Petro, si quiere corresponder a la denominación de “Progresista” de su grupo político, es ser, primero que todo y precisamente, serio, identificar las causas de los problemas y no ir por las ramas, como cualquier principiante obnubilado por el sectarismo y la megalomanía.

Y entender que la puesta en práctica de medidas en Bogotá tendrá una repercusión global, nacional, porque en otras capitales del país los hermanos del Transmilenio, entre ellos el MÍO de Cali, también amenazan crisis, empezando porque en todas partes el modelo es el mismo: el gran transporte público entregado a unos pulpos que se enriquecen a montones mientras el servicio es cada vez peor.

(*) Director del periódico PARÉNTESIS y editor del blog ¡Periodismo Libre!

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