Pe-trino. Gobernando a punta de Twitter. La caricatura de Fonce. |
Petro,
equivocado de cabo a rabo
Gustavo Petro dio bandazos y finalmente terminó aprovechando
los actos vandálicos de una minoría anarquista --que apareció al final de la
protesta pacífica--, para darle la vuelta al problema y mostrarse como víctima,
con lo cual pretendió esconder su falta de estrategias para un asunto estructural
como el del Transmilenio. Y de paso, al viejo estilo de los partidos
tradicionales, convirtió en delito el reclamo ciudadano.
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Por Luis Alfonso Mena S. (*)
Siguen
aflorando el sectarismo y los señalamientos en relación con lo que pasa con el
Transmilenio en Bogotá y lo que significó la crisis del viernes 9 de marzo, que
vale la pena estudiar, porque el modelo de transporte masivo en la capital está
irrigado en Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Pereira.
Lo cierto
es que el alcalde Gustavo Petro se equivocó de manera rotunda al enfrentar este
problema, que es estructural del sistema y eminentemente social: ¿quién puede
negar el mal servicio, el alto costo y las condiciones indignas a las que
somete el sistema a los usuarios?
Y contra
eso se rebeló la juventud bogotana, incluidos miles de estudiantes que,
probablemente, hasta habrían apoyado a Petro en su campaña y que recibieron
como respuesta insultos del Alcalde, quien buscaba culpables por todas partes
mientras “gobernaba” a punta de ‘trinos’.
Petro dio
bandazos y finalmente terminó aprovechando los actos vandálicos de una minoría
anarquista --que apareció al final de la protesta pacífica--, para darle la
vuelta al problema y mostrarse como víctima.
El daño a
los bienes públicos debe ser denunciado y repudiada la violencia, porque ella sólo
le sirve a los enemigos de las luchas sociales, como ha quedado demostrado en
este y en muchos otros casos en los que ha ocurrido lo mismo.
Pero
aprovechar esos repudiables hechos para negar el derecho a la protesta
pacífica, estigmatizar a quienes participan en ella y ocultar el fondo del
problema es malintencionado.
La falta
de capacidad para gobernar demostrada por Petro no se puede esconder
endilgándole los problemas a la izquierda, al Polo Democrático, a los muchachos
estudiantes de secundaria, a Raimundo y todo el mundo…
Y, menos,
recurriendo al viejo método de la clase dirigente colombiana de señalar y
anunciar represión, con el comandante de la Policía al lado, como hizo Petro el
viernes durante una hora por el Canal Capital, y como hizo el lunes 12 de marzo
Antonio Navarro por las emisoras de radio.
Es
desafortunado que políticos que pasaron por la izquierda ahora estén usando los
mismos procedimientos de estigmatización de la protesta pacífica, con el
argumento de que “algo de culpa les cabe” a los que participaron en ésta por
los actos vandálicos que hubo luego y que hemos condenado.
Las
actitudes de Petro y sus seguidores le hacen mucho daño a la izquierda, y
desdicen de su propia denominación de “progresistas”, corriente caracterizada,
precisamente por lo contrario de lo que practica ahora Petro.
El
concepto de progresista siempre ha estado ligado a los criterios de respeto a
las libertades públicas, derecho a la protesta pacífica y búsqueda de
estrategias para la justicia social, frente a las visiones conservadoras.
Meter en
un solo saco a toda la izquierda de Bogotá por los actos de corrupción de sus
antiguos aliados de la Anapo en el Polo es otro ejemplo de mala fe. Tratar de
acomodar artificialmente toda protesta a una matriz, según la cual ella hace
parte de un plan del cartel de la contratación, es no solo falaz sino ridículo.
Lo que
tiene que hacer Petro, si quiere corresponder a la denominación de
“Progresista” de su grupo político, es ser, primero que todo y precisamente,
serio, identificar las causas de los problemas y no ir por las ramas, como cualquier
principiante obnubilado por el sectarismo y la megalomanía.
Y
entender que la puesta en práctica de medidas en Bogotá tendrá una repercusión
global, nacional, porque en otras capitales del país los hermanos del
Transmilenio, entre ellos el MÍO de Cali, también amenazan crisis, empezando
porque en todas partes el modelo es el mismo: el gran transporte público
entregado a unos pulpos que se enriquecen a montones mientras el servicio es cada
vez peor.
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