Zona de Palafitos en Buenaventura. (Foto de Stephen Ferry). |
La crueldad de
la vida en el Puerto
El 80 % de sus habitantes vive en la pobreza y el 63 %
no tiene empleo; cualquier ingreso vale la pena para sobrevivir, incluso, el de
vivir cortando o picando a otros seres humanos, no hay más de dónde. Por
Buenaventura circula un poco más del 50% del comercio externo de Colombia.
Buenaventura reporta al país 4 billones y recibe solo $300 mil millones. La
miseria de la gente es tanta, que hasta partes de los muertos se venden como
carne de res.
Por Comisión Intereclesial de Justicia y Paz
La sangre
hiede, como los gritos de los picados cuando su cuerpo es hecho polvo,
atraviesa las paredes de madera, que separa cada casa en los barrios de
Bajamar, en sus maderas van quedando huellas de lo que un día fue sangre y que
poco a poco desaparece con la mugre. Pero el olvido se mata, los NN, los que ya
han sido asesinados o desaparecidos aparecen en medio de la bullaranga, del
terror y del miedo, la gente no quiere más.
Allá en
Buenaventura ya no se proyecta sino que se instituye un modelo de desarrollo
con publicidad y muerte. Allá no se usan los metales sobre el cuello o sobre
los pies. El metal se ha convertido en violencia de terror y en el control
sobre cada calle y cada movimiento a través de jóvenes afros vinculados al
paramilitarismo; con está neo esclavitud se consolida un control sobre el
territorio conforme a los propósitos del mercado mundial.
Pasear
por los barrios El Lleras, San José o Sanyu, La Playita, Viento Libre, Muro
Yusti, Campo Alegre, Santa Mónica, Morrocoy, Arenal, Piedras Cantas, Alfonso
López, Palo Seco, El Capricho y La Palera en Buenaventura es congelar las
imágenes del tráfico africano a las Américas, pero en los tiempos de la llamada
modernidad. En todos ellos existen casas de “pique”, son parte de la memoria
viviente y presente, no son una invención o fantasmas inexistentes, no son
mentira son una realidad.
Además de
los afros que las perciben, los indicios se encuentran con las aves de carroña,
aquellas que se ven revoloteando sobre el mar en círculos de color negro, ellas
avizoran lo que ya está muerto, se nutren de la muerte, pero a diferencia de
los paramilitares, los chulos lo hacen para sobrevivir, para resignificar los
deshechos, entre ellos el cuerpo humano. Allá entre el movimiento circular de
las aves oscuras, la cadencia del cuerpo convertida en mercancía o en pecado,
según, la norma paramilitar, es usada como carnada para ir moldeando la
sociedad que se proyecta detrás de esa criminalidad. La mujer es danza, es
placer a la vista o para satisfacer la pasión machista, para atrapar a los
enemigos o para ser parte de una red sexual.
Algunas
de las bellas niñas negras, de 12 a 14 años son iniciadas sexualmente por los
paramilitares. Poco a poco, la cadencia africana solo expresa movimientos
sexuales, que se han ido interiorizando en las pequeñas de no más de cinco años
como réplica de las mayores. Cuando pasa el tiempo de la satisfacción de los
paramilitares, ellas son desechadas o enrumbadas en el mundo del comercio
sexual que también ellos manejan, cuando no, algunas de ellas son asesinadas.
Es parte del control social.
Tanto
como las vacunas. Los asesinados, entre ellas varias mujeres, lo son por no
haber pagado a los paramilitares. No son más de dos dólares, pero que la gente
no siempre puede pagar, no siempre se gana lo que se espera, pero los
paramilitares eso no lo perdonan. En Buenaventura hasta las vendedoras de tinto
pagan, las que venden almuerzos, de lo contrario no pueden trabajar o
sobrevivir.
Pobreza, la otra violencia
Pasear
por los barrios de bajamar en medio de nueve ríos es evidenciar que el derecho
es la fuerza y la exclusión. El agua es un derecho también negado. Los
afrobonaverenses viven rodeados de agua, para bañarse, para pescar, pero no cuentan
con agua potable, ni servicio de recolección ni de procesamiento de basuras.
El 80 %
de sus habitantes vive en la pobreza y el 63 % no tiene empleo; cualquier
ingreso vale la pena para sobrevivir, incluso, el de vivir cortando o picando a
otros seres humanos, no hay más de dónde. Por Buenaventura circula un poco más
del 50% del comercio externo de Colombia que se incrementaría con la Alianza el
Pacífico. Según informes de prensa, Buenaventura reporta al país 4 billones y
por el Sistema Nacional de Participación se reciben en el municipio 300 mil
millones en pesos.
Pero
todas estas situaciones y la tradicional corrupción se adoban con grandes
edificaciones que se han ido levantando en Buenaventura como preconizando el
nuevo tiempo del turismo y de la economía, en donde los pobres se niegan o se
ocultan o donde los empobrecidos de bajamar reciben los desechos de quienes
reposan y disfrutan de la vista al mar desde esas moles.
Son las
mismas proyecciones en video beam que los gobiernos colombiano y local muestran
a propios y extraños, hablan del progreso, pero negando la pobreza. Razón de
más para que la reciente cumbre se hiciera en Cartagena, en un gran centro de
convenciones, en donde no entra la pobreza o ésta se oculta para que todos los
mandatarios limpien su buena conciencia y sigan creyéndose a ellos mismos que
están haciendo lo mejor, y claro era Cartagena y no Buenaventura porque todavía
la pobreza no se ha invisibilizado.
Hiede la
vida a muerte como hiede la violencia en su barbarie, como hieden los deshechos
anclados debajo de las casas de madera, palafitos que resisten al tiempo.
Buenaventura
es uno de los municipios más militarizados y con mayor presencia policial de
Colombia. Sin embargo, la protección no es para sus habitantes es para el
comercio.
Aquí
matan la gente a menos de 40 metros de la presencia d la Fuerza Naval en el
punto conocido como Pueblo Nuevo, afirma un líder comunitario de San José y los
regulares dicen que no puede hacer nada, que su función es “cuidar la riqueza”.
Esto ocurrió hace pocas semanas cuando la gente fue en ayuda de los militares
para evitar que una persona fuera asesinada por paramilitares.
Los pactos de Policía y criminales
Para la
gente es claro que ni la Policía ni los militares generan seguridad ni confianza.
El reciente anuncio del presidente Santos de mayor pie de fuerza para brindar
seguridad se recibe con escepticismo. Uno de los habitantes expresa que la Policía
no hace nada porque se abstiene de ingresar a las calles secundarias de los
barrios en donde los paramilitares montan sus grupos, sus armas y sus centros
de tortura. La Policía circula perimetralmente en esos lugares como parte de un
pacto, a veces implícito, a veces explícito.
La gente
denuncia a los paramilitares, sus lugares de ubicación y cuando regresa al
sector, los paramilitares ya saben quién los denunció. En otras ocasiones los
ven departiendo con los paramilitares llamados ‘La Empresa’ o ‘Los Rastrojos’.
Porque lo cierto es que no hay tal confrontación con los ‘Urabeños’ y ‘Gaitanistas’,
estos ya no están en Buenaventura.
Los
paramilitares enquistados en la cotidianidad son la ley y el poder real en los
barrios de bajamar, la gente los identifica, los conoce, poco les habla, están
allí en casas de algunos pobladores que no resistieron más, y abandonadas se
las tomaron. Estas viviendas se convierten en su asentamiento, en el espacio de
control de los movimientos de la gente y en los espacios de tortura. Esas
mismas casas son las que usan para cortar en pedacitos, para picar.
La miseria
de la gente es tanta, que hasta partes de los muertos se venden como carne de
res. Hace poco en el barrio San José un habitante de la calle en una plaza de
mercado tomó una bolsa congelada en su interior, el vio carne, llegó a venderla
en ese lugar bajamar. Un poblador observó que el color de la carne era distinto
al de la res, algunos ya habían comprado una porción, era tarde, la habían
consumido, otros descubrieron la tetilla de un hombre. Desde ese día, algunos
de ellos se negaron a volver a comer carne. Así de cruel es la vida.
Allá,
todo el mundo escucha, pero nadie puede hablar. El sonido del uso de armas
blancas y de machetes con los que desmiembran los cuerpos de sus víctimas
atraviesan las paredes de madera, los suplicios, las súplicas se escuchan, pero
nadie puede hacer nada, el que diga algo o su familia pueden correr la misma
suerte.
Allí en
estos barrios de bajamar se proyecta un Muelle Turístico, como hace diez años,
donde ocurrió la masacre de Punta del Este, donde más de diez jóvenes fueron
asesinados por paramilitares, y se generó un desplazamiento forzado. Hoy existe
allí un moderno bodegaje de una empresa española. Al mismo tiempo, varios de
los barrios fueron perdiéndose para ser luego convertidos en centros de
acumulación del carbón que viene de la Costa Caribe, a más de 1.400 kilómetros
de distancia.
Incluso,
lo que hoy se llama Islote Calavera será convertido en una ampliación de la
sede de bodegaje de las empresas carboneras.
Hay que
recordar que en 2000 y 2002 se produjeron en la carretera que conduce a
Buenaventura tres masacres con desplazamientos forzados, y es allí donde hoy se
implementa la obra de infraestructura de la doble calzada. Algo similar a lo
que vivieron las comunidades negras de Calima con el proyecto de ampliación de
Agua Dulce, por el cual se les ha negado el derecho de propiedad total a las
comunidades. La empresa de facto privatizó la tierra y quemó más de 50 ranchos
de uso tradicional de las comunidades.
Durante
este año han sido asesinadas 56 personas en Buenaventura y 13 desaparecidas, de
las muertes violentas, 13 son mujeres.
El ritual
es interiorizado por todos. Los jóvenes paramilitares trasladan a su víctima de
un sector o de un barrio a otro, lo llevan a pie, son siempre dos que se mueven
en silencio con sus tenis de alto costo, que miran de frente y en la mitad de
ellos quien va a ser asesinado o asesinada, lo llevan de la mano sin mucho
esfuerzo, sin cadena.
Atraviesan
calles y calles e ingresa a una de las viviendas y allí empieza la tortura,
hasta la muerte. Alguna de las víctimas que recientemente logró sobrevivir a
los machetazos y que no se ahogó en el mar fue recuperada por sus victimarios,
se le colocó una piedra para que ya “no jodiera más, y se ahogará”. En otros
casos, como ha sido la violencia paramilitar en el norte de Colombia, les han
abierto las entrañas y les han colocado piedras para que se hundan.
Hay un
centro de culto necrofílico, se mira en la distancia, al que nadie se quiere
acercar salvo los del progreso. Es el islote ‘Calavera’, antes llamado islote
Margarita. Allí revolotean por cientos los chulos, las aves de carroña cada vez
que los paramilitares arrojan el cuerpo sin vida de una de sus víctimas, es
también el cementerio de los desaparecidos forzados. Allí se proyecta el progreso.
Se pretende transformar el islote como parte de la cadena de transporte de
carbón de una multinacional.
Así es
toda Buenaventura ahogada, negada en su miseria por la imagen del progreso, un
mundo imaginario que poco a poco se hace realidad para el gran capital, un
mundo que oculta lo que hiede, la sangre pobre, la sangre negra, la vida negra,
la esclavitud moderna.
Fuente:
http://justiciaypazcolombia.com/Herederos-de-la-esclavitud-en
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