Colombia: mujeres que luchan
“Sigo mi camino, es largo y
culebrero como dicen por acá. Paso tras paso llegó al sistema de transporte
masivo, que en algún momento nos vendieron como el gran invento que integraría
la ciudad y que sobre todo generaría más empleo… y digno… Pero como dice mi
compañero, ‘¡Error!’”.
Por Laura Alba Santa (*)
Salgo a
la calle, son las 6 de la mañana y unos minutos más, camino dos, tres, cuatro
cuadras… ¿Qué veo? Mujeres y hombres que en su espalda llevan el ‘valor
agregado’ de un país ‘libre’…
- Buenos
días, me regala por favor una arepa con queso para llevar…
-Con
gusto, ¿con mantequilla y sal?
Me
responden dos mujeres caucanas, de baja estatura como es costumbre
encontrarlas. En su sonrisa se dibuja una montaña…
Sigo mi
camino, es largo y culebrero como dicen por acá. Paso tras paso llegó al
sistema de transporte masivo, que en algún momento nos vendieron como el gran
invento que integraría la ciudad y que sobre todo generaría más empleo… y
digno… Pero como dice mi compañero, “¡Error!”. Me atiende de nuevo una mujer en
la taquilla…
-
Señorita por favor me regala 3 pasajes…
- Si
claro, permítame un momento…
Observo y
no veo un solo baño a su alrededor. Sólo una cabina de uno cincuenta por tres
metros, un aire acondicionado y una caja fuerte…
-
Disculpe, y… ¿usted cómo hace para ir al baño o para almorzar?
- Nos
toca pedir permiso al vigilante para que nos abra, debemos dejar todo por
escrito, y de ahí buscar un baño en los negocios de por el sector…
- ¿Y
cuándo están enfermas? ¿Por qué uno se enferma o no?
- Es
complicado, a veces pasa, pero debemos aguantar…
Me acordé
de esas noticias que salían en los medios masivos de comunicación, donde había
quienes se mostraban escandalizados porque en una empresa de país del ‘otro
lado del charco’ obligaban a los trabajadores a usar pañal para no
‘interrumpir’ la producción. Y pensé: “¡Mierda! ¿Y esto entonces qué es para
que no se escandalicen?”
Debo
seguir mi camino, me esperan 50 minutos transportándome de un lado al otro.
Sólo hay una idea en mi cabeza en ese momento… ¿por qué diablos madrugar?
Paso la
taquilla y no dudo en saludar al vigilante, aunque él sí duda en responder el
saludo. Dos, tres, cuatro pasos… ¡Ahí va el E37!, ruta del día a día… amo mis
zapatos deportivos… pique y llegó a la puerta del bus.
Hay 112
pasajeros de pie, 48 sentados, ¿rostros conocidos?, ¡Claro! Ahí están.
- Buenos
días, hoy vamos como tarde, ¿no?
- Si un
poco, la verdad es que la ruta del niño se tardó en pasar y usted comprenderá.
- Claro,
primero lo primero.
¿Primero
lo primero… Primero lo primero? Caigo en cuenta, ¿qué puede ser primero para
una madre? Pues sus hijos, ¿no? Y, ¿qué puede ser primero para una mujer que no
es madre…?…
Sigo
hacía el fondo del bus y tomo asiento, a mi lado una joven con un uniforme que
dice ‘Estudiante de Medicina’, qué bacano. Me acordé cuando estuve a punto de
entrar a una Escuela de Medicina en Bogotá; debe ser tremendo, pero desgastante
ser médica. La veo leyendo y leyendo, se pone un paquete de fotocopias en su
frente, y dice no poder más. Creo comprenderla. Porque esa sensación, su
sensación, que percibí en ese momento, era la que yo no quería experimentar y
por eso rechacé la opción de hacerme ‘doctora’. Se aproxima su parada, la veo
intranquila, es evidente que tendrá un día pesado, se baja del bus y la veo
caminar y reflexiono… otra mujer luchando.
Es
curioso, en esa misma parada donde se baja la estudiante se suben cuatro
mujeres, que ya me les sé la parada, Chiminangos. Se suben y entre risas y
gritos empiezan:
- Flor,
Flor, acá hay puesto.
- Nooo,
espere, que acá hay, venga usted más bien.
-
Marisela, venga, venga que acá le guardé puesto.
Es bien
chistoso, porque es de siempre esa conversación que llevan de punta a punta en
el bus, un bus de casi 18 metros de largo. Finalmente las ve uno sentadas y
cotorriando. Todas ellas van para una empresa que queda a dos cuadras de su
parada del bus, allí se dedican a coser, a la confección. En esa empresa
siempre hay un aviso que dice ‘Se buscan mujeres que manejen máquina plana’.
Pero bueno, aún no hemos llegado a ese lugar y el bus empieza a vaciarse, la
mayor parte de personas se quedan por donde están las zonas industriales. Obvio
es una hora donde el que madruga es porque va a trabajar.
Descienden
del bus muchas personas, muchas mujeres, que vuelvo y caigo en cuenta, van es a
luchar.
¡Llegamos!…
Última parada, Chiminangos.
Barrio
del norte de la ciudad, una estación abarrotada de gente, entran y salen
cientos de personas que ya por el afán ni piden permiso, es hora del pogo, como
decimos entre los amigos.
Permiso,
permiso, permiso… una, dos, tres, diez, doce, cuarenta mujeres haciendo fila
para comprar el tiquete, mujeres intentando entrar al sistema de transportes,
mujeres intentando subir al bus, mujeres saliendo de la estación, mujeres en el
semáforo, mujeres tomando taxis, mujeres en sus vehículos, mujeres en
bicicleta, mujeres en el andén… mujeres y más mujeres…
¿Qué
viene siendo el trabajo sino más que una batalla diaria por querer ser quienes
somos, quienes soñamos ser? ¿No es el trabajo un campo de combate donde
peleamos por un país renovado?
Entonces,
¿para dónde van?
A donde
vamos todas: van para la trinchera… ¿A qué van?… A lo que vamos todas: a luchar
por los sueños.
Cali, Colombia.
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