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martes, 3 de septiembre de 2013

Análisis. Medidas dictatoriales para atacar la indignación social

Ante la protesta social el Gobierno Nacional militariza las ciudades y reprime toda protesta social. (Foto tomada de agendapu.blogspot.com).



Ante el vandalismo neoliberal: la lucha continúa

Así la oligarquía bogotana pelaba el cobre, mientras millones los arropábamos con nuestras voces. La lucha continúa. Las banderas de la justicia social flamean en el corazón de una Colombia con justicia social. El  “gran pacto nacional por el agro y el desarrollo rural", anunciado en las últimas horas es demagógico y politiquero.
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Por Carlos Victoria 

Los 5 millones de desplazados que ruñen un hueso en las ciudades es la carátula con la que el modelo de desarrollo presenta sus pretensiones: un campo sin campesinos. Territorios vaciados de gente en manos de  agro negociantes y especuladores con las riquezas del subsuelo. La prosperidad democrática es un espejismo como los trozos de vidrio que llevó Melquiades a Macondo.

Los perdedores de los TLC obligaron al gobierno Santos a acudir  al viejo libreto de la bota militar para sofocar la violencia desatada por las políticas neoliberales que surten la agenda de una modernización diseñada para hacer más ricos a los ricos, destruyendo vidas y empleos. Entre tanto la vieja y nueva clase política se rasga las vestiduras, mientras sus pechos se inflan de cobardía. No tienen escapatoria. Son los grandes derrotados de la jornada. Por eso apelan a medidas de corte dictatorial para ahogar en sangre la indignación social.


Lo ha dicho con toda claridad el premio nobel de economía, Joseph E. Stiglitz: “La globalización perjudica a los de abajo (…) está contribuyendo, casi con total seguridad, a nuestra creciente desigualdad (…) los cultivadores de maíz más pobres de México han visto cómo disminuían sus ingresos a medida que el maíz estadounidense subvencionado hacía bajar los precios en los mercados mundiales” (El precio de la desigualdad, 2012)

El paro agrario y popular es el despertar de un pueblo agobiado por la especulación financiera, la corrupción y la voracidad de un puñado de empresarios entronizados en los circuitos financieros del capital, capturando a su favor las políticas públicas. Santos es el ventrículo de esta operación, como ayer lo fue Uribe, y como lo han sido todos en el pasado. Orden y exclusión debería ser la inscripción en nuestro escudo patrio.

Lo mejor que le puede pasar a una democracia degradada, como la nuestra, es que se profundice la ola de indignación, la cual se agita en  6 de cada 10 hogares colombianos. Los cacerolazos que esta semana escuchó el mundo desde esa Colombia silenciada por el miedo es un síntoma en esa dirección. Son las voces que resultan de los “daños colaterales” (Z. Bauman, 2011) producto de las desigualdades en la era global. Por eso nuevos aires sacuden el polvo de la bandera.

Mi padre murió poniendo a secar al sol unos granos de café con la ilusión de venderlos a un buen precio. Mi abuelo salió expulsado de su mejora cerca de La Virginia mientras veía como en las haciendas celebraban a carcajadas el ensanche de sus predios y su hegemonía en todo el territorio. Por eso esta semana salí a recorrer las calles de Pereira. Eso le contesté a una periodista al preguntarme por qué marchaba. Claro, hay más motivos.

Si los campesinos salen derrotados en este lance sus días estarán contados, y el de millones de colombianos también. Si por el contrario resultan airosos la esperanza fertilizará los sueños de un país con oportunidades para ellos y los demás sectores de la población arrasados por el libre mercado. Por fin muchos colombianos han entendido que la pelea es peleando, porque como lo dijo C. Tilly (2010): los movimientos sociales afirman la soberanía popular en aras de producir profundos cambios políticos.

Mientras esto sucede la clase media muere bajo la ilusión de pensionarse, tener ingresos dignos y vivir con decoro. Muchos de sus miembros sacaron tímidamente las cacerolas, haciéndolas sonar en la oscuridad de sus balcones. Por fin fueron ciudadanos. Esa noche durmieron tranquilos. Se sacaron un clavo.

Los campesinos son el alma de la nación. No hay duda: los colombianos han expresado su simpatía por sus justas peticiones, y eso es lo que le molesta al régimen. Su sesgo anti-campesino  llevó al presidente de turno a desestimarlos: “El tal paro no agrario no existe”, dijo. Así la oligarquía bogotana pelaba el cobre, mientras millones los arropábamos con nuestras voces. La lucha continúa. Las banderas de la justicia social flamean en el corazón de una Colombia con justicia social. El  “gran pacto nacional por el agro y el desarrollo rural", anunciado en las últimas horas es demagógico y politiquero.

31 de agosto de 2013

http://agendapu.blogspot.com/2013/08/ante-el-vandalismo-neoliberal-la-lucha.html

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