El día de la Marcha Patriótica, el 23 de abril, en la Plaza de Bolívar de Bogotá (Foto: José Julián Mena R, enviado especial de PARÉNTESIS). |
La izquierda se reinventa,
la
derecha se empantana
Todo hace indicar que el control social y
político de las élites mediante múltiples estrategias y mecanismos está
llegando a su fin. ¿Las redes de clientelas están siendo superadas por las
redes sociales? En ese contexto
la Marcha debe ser leída como la respuesta
de los de abajo frente a un cumulo de problemáticas que pretenden tramitarse en
el espacio público de la política contestataria, las resistencias y las
movilización del siglo XXI.
Por Carlos Victoria (*)
El pasado 23 de
abril no solo se hicieron múltiples lecturas en todo el país por cuenta de la
celebración del día del idioma, sino que también se comenzó a escribir una
nueva página de la historia política de la nación. A la par que surgía un
nuevo movimiento político en las calles bogotanas, tras una multitudinaria
marcha, el presidente Santos, jefe de la coalición de gobierno daba un giro:
con desespero anunciaba la construcción de 100 mil viviendas gratis para
los más pobres en los próximos cuatro años. El deterioro de su mandato es inocultable.
La decisión de
retirar a Vargas Lleras de la cartera de gobierno y ponerlo a gerenciar un proyecto
con tufillo demagógico y abiertamente populista, no es gratuito: el nieto del
expresidente resultó averiado con la ley de derechos de autor para aceitar el
TLC, y de paso quedó abierta la carrera para la reelección de Santos, de
concretarse un anuncio que depende del cabildeo de una ley en el Congreso de la
República, el CVY de los agentes políticos regionales y locales, y del
laberinto institucional que ha impedido en casos como Gramalote y La Virginia
poner en pie la primera casa propobre.
La suma cero de la
derecha es evidente: el ex presidente Uribe se consolidó como una fastidiosa
piedra en el zapato de JMS; la ley de restitución de tierras no avanza y tiene
poderosos enemigos, representados en lo que el propio gobierno ha llamado “la
mano negra”; la parapolítica vive ahora en cuerpo ajeno; la reforma universitaria
se cayó por cuenta del ímpetu estudiantil; la reforma a la justicia es un
mosaico de confabulaciones contra el Estado de derecho y pro impunidad; la
pobreza cede pero la desigualdad sigue ensanchándose, y la Unidad
Nacional es una jauría de cazadores de rentas, puestos y lisonjas.
La encuesta de
Semana arroja indicadores demasiado inquietantes para el gobierno. Por ejemplo:
el 43 % de los entrevistados dice que el desempleo y la pobreza son los principales problemas que
golpean a los colombianos. Según este sondeo aumenta el número de colombianos
cada vez más hartos de la guerra y por tanto prefieren una salida política y
negociada al conflicto armado: el 53 % desea negociar la paz. La multitudinaria
manifestación del pasado lunes simplemente esta ratificando esta tendencia. Sin
embargo al otro día el Ministro de Defensa anunciaba la compra de 10 nuevos
helicópteros por 150 millones de dólares. El presupuesto de guerra sigue
obnubilando el panorama.
El debilitamiento
del PDA, por cuenta de los escándalos de corrupción en Bogotá, la
frustración de las clases medias con el rumbo que tomó la Ola Verde, el
ascenso de Petro con Progresistas, el éxito de la Mane al derrotar el
proyecto de ley de reforma a la educación superior, el malestar ciudadano
contra la locomotora minera, el anuncio del fin al secuestro por la principal
organización guerrillera, y ahora el surgimiento de la denominada Marcha
Patriótica, son los hechos políticos más significativo en el campo de una
oposición que en menos de seis meses despliega su fuerza en la plaza Bolívar de
Bogotá. Miles de universitarios ya lo habían hecho en noviembre pasado. En este
contexto todo está servido para que la reinvención de la izquierda se
abra paso, en medio de escenarios globales y locales que
alimentan sus objetivos.
¿Hasta dónde
logrará avanzar la Marcha para
no repetir el pasado de otros tantos intentos de unidad de la izquierda
colombiana? Estas y otras preguntas surgen para advertir que no se trata de una
flor de un día, ni mucho menos un movimiento cualquiera si su base es
social, como argumentan, porque coincidiría con el auge de los movimientos
sociales que a lo largo de esta parte del continente no solo han acentuado la
crisis de los partidos políticos, sino que los han relevado de sus
tradicionales lugares de vanguardia, a la derecha y a la izquierda. Si es así,
estaríamos asistiendo a la modernización del repertorio político de una
izquierda colombiana averiada por dogmatismos, extremismos y cegueras que
la autodestruyeron en las últimas décadas.
Las banderas
sociales del bipartidismo quedaron hechas trizas hace rato. Su poder quedó
reducido a maquinarias electorales en alianza con la criminalidad en sus
diversas expresiones. El
Partido Liberal terminó traicionando sus postulados, y ahogándose en el mar de
las privatizaciones y la corrupción, alejándose cada vez más de las luchas
sociales. El Partido Conservador, bajo la tutela de Uribe Vélez, se
autodestruyó. Entre ambos partidos configuraron el peor de todos los daños que
le han causado a la sociedad colombiana: la parapolítica. De estos cueros salieron
las correas como la U, Alas, Colombia Viva, etc., recomponiendo un mapa
político, pero del horror.
Estos partidos
dejaron de representar a millones de colombianos atrapados por la pobreza y la
exclusión, el despojo de sus tierras y empleos, en suma: la esperanza. En
su lugar muchos salieron del país buscando soluciones; otros arrancaron
por el atajado de la ilegalidad y tramitaron la inclusión por la vía de
la competitividad mafiosa. El rebusque se impuso en las ciudades como el
mecanismo de subsistencia más expedito entre sectores de la población golpeados
por el neoliberalismo. Las guerras callejeras (Davis, 2007) son el correlato de
la economía de subsistencia –microtráfico- por cuenta de bandas y grupos que
controlan el negocio y la vida de esos colombianos expulsados del campo y un
trabajo digno.
Todo hace indicar
que el control social y político de las élites mediante múltiples estrategias y
mecanismos está llegando a su fin. ¿Las
redes de clientelas están siendo superadas por las redes sociales? En
ese contexto la Marcha debe
ser leída como la respuesta de los de abajo frente a un cumulo de
problemáticas que pretenden tramitarse en el espacio público de la
política contestataria, las resistencias y las movilización del siglo XXI.
Darle un tratamiento policial al asunto refleja por qué las élites viven
alejadas de esa realidad que ahora les mueve el piso. Es
la vieja costumbre de impedir cualquier discusión honesta sobre las causas del
desastre social. Criminalizar la oposición, como ha sucedido, es encubrir la
tierra devastada que han dejado atrás, como bien argumenta Mike Davis en su
libro Planeta
de Ciudades Miseria.
Las victorias
iniciales de Santos en el campo de batalla no se han traducido en el campo
político y social. Esta paradoja no es casual y solo explicaría hasta dónde la
asimetría entre políticas de defensa y equidad llevan a efectos perversos, como
en Colombia, en la medida en que no ha resuelto los problemas de concentración de la riqueza y
la distribución del ingreso. La compra del periódico El
Tiempo, por el banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo, es apenas una
muestra de este modelo que, en este caso, empobrece la pluralidad y la
diversidad en el campo de la información y la opinión pública. En fin, ahora
asistimos, por cuenta de la marcha, a una nueva lucha por la distribución
del poder. Como en el pasado esperamos que no se tramite con un reguero de muertos y
desaparecidos.
(*)
Editor del blog Agenda Ciudadana.
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